El AOVE es sexy

Viticultor es una palabra que abarca un conocimiento de las vides, el cultivo y la elaboración del vino, e implica una gran cantidad de trabajo físico, lo que no ocurre con el lifestyle vintner. Desde luego, éstos últimos no poseen ninguna de las características anteriores y, sin embargo, sus pomposos apellidos flotan ingeniosamente sobre botellas de cabernet sauvignon y chardonnay, todos ellos envasados en botellas francesas igualmente ostentosas. Este hobby a menudo supone una nueva entrada social de esos tipos que pretenden conseguir un cambio de imagen rápido y práctico. Ex productores, oligarcas, magnates de los deportes, empresarios tecnológicos y financieros abandonan su antigua vida y se renuevan a través de un nuevo título social que evoca a la nobleza europea. Aquellos a los que se les definía por su acumulación de bienes le dan la espalda al pasado y se benefician de una especie de transubstanciación laica en la que el vino elimina y purifica todos los pecados de su vida anterior. El problema viene cuando todo este show se desarrolla en medio de viñedos de verdad, con viticultores reales cuyo medio de vida es ese. De hecho, en Napa Valley están más que hartos de esta frivolidad. Si bien en los años 70 y 80 este condado californiano era el no va más de la nueva viticultura americana, hoy en día sus vinos se han convertido -con notables excepciones- en estándar, y la brecha entre la agricultura real y la versión glamourosa ha crecido. Sin embargo, para algunos está resultando ser una distinción muy lucrativa. El vino de Napa representa solo el 4% del total de California pero, junto con el turismo y las industrias relacionadas, genera alrededor de 13.ooo millones de dólares al año. Tal es la deformación de la industria que, debido al auge del lifestyle vintner, el mercado está repleto de nuevos vinos que son prácticamente clones entre ellos. Los críticos están de su parte, a pesar de que la mayoría cuestan más de 100 dólares por botella y, como resultado, muchos de los paladares más ricos de Estados Unidos han desarrollado un (mal)gusto idéntico por el cabernet demasiado maduro y alcohólico. Este escenario bochornoso y surrealista no hace más que acentuar la necesidad de mantener el buen camino en el sector del AOVE Premium para no caer en la tentación de la “fama gastronómica”. Tenemos ante nosotros un futuro maravilloso en el que el consumidor se muestra maduro y listo para tomar buenas decisiones. Está en nuestras manos acompañarle y demostrarle que, por suerte, el virgen extra -a diferencia que los extravagantes nuevos vinos de Napa- es mucho más que un producto sexy. ¡Ojo, que también lo es!

El AOVE es sexy

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