Dice la leyenda que, una vez que Adán supo que iba a morir, solicitó al Señor que le perdonara, como originariamente le prometió. Entonces, un ángel colocó en su boca tres semillas; tras ser sepultado, en el mismo lugar donde descansaron sus restos tomaron vida un cedro, un ciprés y un olivo.
Según los estudios existentes, el antepasado del olivo es el acebuche u olivo salvaje (Olea Europea Sylvestris), del cual procede el olivo (Olea Europea Sativa).
El descubrimiento de América supuso la expansión de este árbol por el nuevo continente, iniciándose su cultivo en Arauco, una pequeña ciudad de La Rioja argentina. En una de las carabelas que partieron hacia el Nuevo Mundo se embarcó un olivo procedente de Sevilla, que sirvió para difundir este cultivo - declarado de interés general en Argentina, este árbol sigue manteniéndose productivo en la actualidad tras más de 500 años, alcanzando un diámetro de copa de 10 x 12 metros-, extendiéndose de forma gradual a otros países como Perú, Chile, Méjico, Estados Unidos, Brasil y Uruguay.
El olivo es sin duda uno de los árboles más emblemáticos de la historia, así como de los más antiguos, junto a la vid, la higuera, la palmera y el dátil. Símbolo de paz, victoria, poder, inteligencia, fertilidad, inmortalidad, sabiduría y prosperidad, entre otros, se trata del árbol frutal más cultivado en el mundo.
Forma parte de las Sagradas Escrituras (tanto cristianas -La Biblia- como musulmanas -El Corán-) y está íntimamente ligado a la literatura, siendo citado en obras imprescindibles como la Divina Comedia, La Ilíada, La Odisea, El Cancionero de Petrarca, etc.
En la actualidad, más de 11 millones de hectáreas están pobladas por unos 1.400 millones de olivos tanto en el Hemisferio Sur como en el Norte, lo que da lugar a dos campañas completamente distintas y diferenciadas, una de octubre a marzo y otra de marzo a junio. A lo largo de cada ejercicio se plantan en el mundo entre 35 y 45 millones de olivos, lo que significa una expansión anual que oscila entre 150.000 y 300.000 ha.
Si nos situamos entre los años 6000 y 4000 a. C., el hombre -en aquel entonces nómada por naturaleza- entra en contacto con el aceite de oliva a través del consumo del fruto, bien conservado en aguasal, mediante desecación o de forma directa, pues su época de maduración oscila entre octubre y marzo, dependiendo tanto del enclave geográfico como de la variedad. Dicho intervalo temporal se caracteriza por la maduración nula o escasa de otros tipos de fruto. Una vez madura la aceituna pierde la acidez que caracteriza a los frutos aún verdes, pudiendo servir de alimento en épocas de escasez o falta de provisiones.
Con posterioridad, posiblemente ayudado por sistemas de resecado al sol o a través del fuego, comienza a extraer el agua al fruto, obteniendo un alimento de mayor calidad, e incorpora dicha grasa vegetal a su dieta como elemento fundamental.
En uno de los momentos de desecación de la aceituna mediante fuego, y de forma meramente casual, se produce la ruptura de la piel de algunos de los frutos, generándose un avivado de la llama por aportación de aceite a la misma: este preciso instante supone el descubrimiento del aceite de oliva por el hombre no como alimento, sino como combustible, a la vez que como grasa protectora, observando sus beneficios dérmicos mediante la manipulación y entrada en contacto de las manos con el aceite.
Una vez descubierto el aceite con usos diferentes al alimentario, debido a la extrema acidez y a su ínfima calidad, es destinado de forma generalizada y masiva para linimento y crema, además de como combustible de farolillos, lámparas y antorchas, iniciándose de este modo la recogida masiva de aceituna y la posterior extracción de aceite para su almacenamiento.
A partir de entonces, y de forma gradual, el aceite de oliva es utilizado en primer lugar como combustible, en segunda instancia como protector o linimento, y en tercer término como alimento; surgiendo sucesivamente nuevos usos: fármaco, loción, afrodisíaco, etc.
Actualmente se produce aceite de oliva en 45 países, de los 55 posibles por su enclave geográfico. Se trata de un sector prolífico cuya cifra de negocio oscila entre 8.500 y 11.000 millones de euros, y del que viven directamente 30 millones de personas integradas en el seno de siete millones de familias.
La producción media global anual de aceites vegetales y grasas animales alcanza los 140 millones de toneladas, suponiendo el aceite de oliva el 2,07% de dicho montante, mientras que el consumo per cápita anual de aceite de oliva es de 420 gramos.
Juan Vilar Hernández
Consultor estratégico, analista oleícola internacional y profesor de la Universidad de Jaén