Me niego a creer que la gente no lee. No me refiero a los tweets, publicaciones de 140 caracteres o las menciones de los stories de Instagram. Estoy hablando de dar un paseo por el centro de la ciudad, de entrar en una librería, de hojear los bestsellers, de dejarse aconsejar por el propietario del establecimiento, y de salir a la calle con un ejemplar bajo el brazo como aquel que acaba de comprar una chapata recién horneada y está deseando llegar a casa para devorarla.