Si nada cambia en estos días, a partir del 18 de octubre el Gobierno de Estados Unidos comenzará a aplicar aranceles a ciertos bienes de la Unión Europea (UE), tras el fallo de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que decidió recientemente a favor del país norteamericano sobre las ayudas públicas recibidas por la compañía aeronáutica Airbus. Entre los productos que se verán afectados figuran las aceitunas verdes -las negras ya estaban gravadas con aranceles- y el aceite de oliva de origen español.
“Aunque la Oficina del Representante de Comercio de Estados Unidos (USTR) tiene la autoridad de aplicar una tarifa del 100% a los productos afectados, en este momento los aumentos se limitarán al 25% en los productos agrícolas”, indicaba el jefe de Comercio Exterior de Estados Unidos, Robert Lighthizer, el mismo día que se hacía pública esta noticia. ¿Deberíamos de darles las gracias entonces por no aplicarnos el 100%? ¿O sugerirles que lo suban directamente al 250% para que sea acorde a semejante disparate?
Lo peor de todo es que ni siquiera se trata de una medida que afecta al conjunto de la UE -algo que claramente ayudaría a crear un frente común-, sino que se dirige específicamente a Francia, Alemania, España y Reino Unido, “los cuatro países responsables de los subsidios ilegales”. De hecho, si fuese Europa en conjunto podríamos hacer bloque con los países mediterráneos productores de aceite de oliva, como es el caso de Italia, Grecia o Croacia, por ejemplo, que estarán exentos de estas nuevas tarifas arancelarias.
No podemos olvidar que España es actualmente el principal proveedor directo de aceite de oliva a Estados Unidos, superando en volumen a las exportaciones italianas. Según los últimos datos del MAPA, en torno al 70% de las exportaciones españolas a Estados Unidos se concentran en 11 productos y, de ellos, el primero en importancia es el aceite de oliva, que representa el 24% de las ventas al país norteamericano. Demasiado trabajo durante todos estos años para que ahora venga el presidente con nombre de pato animado y nos haga retroceder décadas por una absurda pataleta.
No se puede permitir que el máximo mandatario de la primera potencia mundial siga amenazando la economía, la salud -recordemos que en campaña admitió no ser “un gran creyente en la contribución del hombre al cambio climático”- y el bienestar de todo un planeta. Sólo nos queda esperar -y nunca mejor dicho- a que Nancy Pelosi consiga llevar a cabo el impeachment contra él y demuestre que los que avisan, a veces, también son traidores.