No es no

Hace unos días, Aceites de Oliva de España presentaba el balance de su campaña de promoción ¿Peeerdona? En este acto, que coincidía con el cuarto aniversario de la implementación del Real Decreto sobre presentación de aceites de oliva en hostelería, anunciaban las conclusiones de un estudio realizado con motivo de dicha campaña que revelaba que se ha logrado una mejora en el conocimiento, la valoración y el cumplimiento de la norma, que crece en más de siete puntos, hasta rondar el 88%. Resulta curioso. Hace una semana se celebró Alimentaria, la reina de las ferias de alimentación en nuestro país. Con motivo de este evento, nos trasladamos a Barcelona durante toda la semana. Uno de los días teníamos una cita en un restaurante con 3 estrellas Michelin, famosísisisimo en la ciudad condal. Su mediático chef es, además, un fan confeso del AOVE (o eso nos confesó). La cena fue maravillosamente bien durante un promedio de cuatro horas. Cada uno de los 15 platos del menú corto iba acompañado de una presentación digna de aquel que lee los títulos nobiliarios de un monarca austrohúngaro. Absolutamente todos los ingredientes gozaban de un altísimo estatus gastronómico, origen, propiedades, nombre y apellido. Por no hablar de la carta de vinos... Habríamos tardado menos en leer la Biblia. Sin embargo, como suele ocurrir, siempre hay un marginado en cada clase. ¿Adivinan cuál fue? Tras degustar los refrescantes entrantes en cocina, una vez sentados en la mesa, llegó la hora del pan. Que si con pasas y naranjas de Valencia, con semillas de amapola y sésamo, con masa madre... “¿Quieren un aceite de oliva para el pan? Ah, pues sí, muy amable. A ver cuál nos traen”, nos decíamos entretenidos sin ser conscientes de que la tragedia se mascaba en el ambiente. De repente, como quien no quiere la cosa, nos depositan a traición en la mesa un recipiente inclasificable. Una especie de platito con una tinaja plateada en forma de aceituna con un largo dispensador. “Es un aceite de la Terra Alta, el más rico que hayan probado en el mundo”, nos soltó la alegre camarera. No teníamos palabras. Se esfumaron los nombres con apellido, las variedades, el color... Para eso preferiríamos que la tinaja en cuestión hubiese contenido aceite para engrasar los pliegues del hombre de hojalata en el Mago de Oz. 3-0. Así acabó el partido. Tres estrellas Michelin contra el alimento más saludable del mundo, que murió de pena esa misma noche. Qué más da autoproclamarse fan del AOVE, decir por la tele que mola cocinar con aceite de oliva, que su frutado es fundamental para tus platos, si luego le vas a tratar así. Si no lo haces tú, que gozas del amparo del Sancta Sanctorum Michelin, ¿quién lo hará? ¿Quién respetará al marginado virgen extra? No, en el 88% de los establecimientos de nuestro país no se sirven los aceites de oliva conforme a lo que establece la norma. Y si lo hacen, entonces el restante 12% debe corresponder a los estrellas Michelin. No pasa nada, nadie los va a denunciar, ¿verdad? Hecha la ley, hecha la trampa y en España, de eso sabemos un rato.

No es no

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