El pasado 27 de junio España cayó eliminada en la Eurocopa de fútbol en un partido contra Italia que finalizó 2-0. Nos enteramos porque nos encontrábamos exponiendo en la Summer Fancy Food de Nueva York y la mitad de esta exhibición la ocupaba el pabellón del país transalpino. En cualquier otra ocasión, verías a algún expositor mirando de reojo el móvil para comprobar el resultado del partido, pero esta vez, en octavos de final de la competición, nuestros vecinos mediterráneos habían sintonizado la cadena en la pantalla del estand más grande de la feria y habían dispuesto las sillas disponibles para disfrutarlo a sus anchas. Cada gol que marcaron durante aquellos eternos 95 minutos resonó en el pabellón en forma de jolgorio de dimensiones épicas frente a las atónitas miradas de los discretos estadounidenses que se encontraban allí simplemente para hacer negocio. Los muros del pabellón español, que casualmente se encontraban a 5o metros de distancia, retumbaban con la fiesta italiana que crecía por instantes, agrandando su espacio y empequeñeciendo el nuestro. Aquellos instantes no fueron más que una metáfora que vino a evidenciar la cruda realidad: en Estados Unidos manda Italia.
