No existe un Planeta B

Desde el Ministerio de Trabajo no se habla ya del verano como punto de inflexión para la vuelta a la normalidad de bares, restaurantes y hoteles -terriblemente castigados por el coronavirus y el confinamiento-, sino de casi un semestre más allá de la temporada alta. Aerolíneas, cruceros, restauración, hostelería o comercios se encuentran entre las áreas más afectadas, lo que les está llevando a recurrir a ideas más o menos brillantes que copan los memes de la semana. Hemos visto de todo: desde reducir al 30% los pasajeros del transporte público; hasta mamparas de metacrilato que separan a los comensales en las mesas de los restaurantes y a los turistas en las hamacas de la playa; hasta sillones de aerolíneas que se invierten alternamente para respetar -en la medida de lo posible- el distanciamiento permitido para evitar el contagio.

Lo que sí que tenemos claro es que esta pandemia nos debería servir de punto de inflexión. En un planeta superpoblado donde hemos tenido que recurrir a deprimentes medidas como instalar tornos de acceso a la Plaza de San Marcos de Venecia o idear prototipos de aviones comerciales que te permitan ir de pie para acomodar más pasajeros en una cabina normal... el COVID-19 es, sin duda, una llamada de atención.

Puede que la naturaleza -o un laboratorio de alta seguridad en concreto, como indican las teorías conspiratorias más extendidas- haya tenido su propia manera de pulsar el botón de Pause tan necesario en esta civilización. Tan sólo en nuestro país, el confinamiento ha reducido a la mitad la contaminación en las 80 ciudades más pobladas. Los campos de olivar, con las recientes lluvias en plena floración, nunca han estado tan hermosos. ¿Era esta la única forma de hacerlo? Pues probablemente, sí. Cada vez que se toman medidas contra la contaminación apelando a la responsabilidad de cada individuo, hemos fracasado estrepitósamente. Vivimos a golpe de ultimátum, y el anuncio del apocalipsis es sin duda uno muy poderoso.

Ahora mismo están surgiendo cientos de iniciativas de colaboración con las tiendas de barrio, los bares más cercanos, los productores locales... ¿Mantendremos este apoyo cuando abran las grandes multinacionales de ropa o las franquicias de fast food ? ¿Sabremos cómo valorar lo artesanal, lo único, lo personalizado, en un mundo globalizado? ¿O se quedará todo, una vez más, en buenas intenciones?

El planeta, la naturaleza o la vida en general, nos puede avisar a su manera, hacernos reflexionar en momentos puntuales. El problema lo tendremos cuando dejen de existir y entonces, nada podremos hacer. Como rezan las camisetas que llevan los ecologistas en las manifestaciones, que sepamos “no existe un Planeta B”. De modo que, ¿qué os parece si nos reseteamos cuando todo esto acabe ?

No existe un Planeta B

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