Para cuando comamos microchips

Cada vez es más frecuente observar molinos de viento en nuestra geografía terrestre, así como grandes parcelas de terreno ocupadas por paneles solares. Esto puede dificultar el pastoreo de reses o el cultivo de determinados alimentos. Sin embargo, la agrovoltaica es una opción que pretende que el suelo sea compatible con ambas necesidades: es un uso dual de la tierra para la agricultura y la generación de energía solar. ¿Cómo se pueden equilibrar los intereses contrapuestos del uso de la tierra para la producción de alimentos y piensos, por un lado, y la generación de energía renovable, por el otro? Esa parece ser la gran pregunta del momento.

Sin embargo, la energía solar no es la única que está causando el exilio de los cultivos. Ahora los cultivos atraviesan su propia “guerra civil”: arrancar árboles y plantar otros más rentables es la nueva moda de numerosas explotaciones de nuestro país. Es el caso, por desgracia, del olivar.

Numerosos agricultores españoles han sustituido sus fincas de olivos con ejemplares más de 200 años por pistachos, pasando de 1.813 hectáreas plantadas en 2011 a 55.032 en 2021. En solo un año, el crecimiento ha sido del 25%.

“Con tres años de pocas lluvias los olivos estaban estresados”, sostenía hace poco uno de estos agricultores a un periódico andaluz. Reconocía que le daba cierta pena tener que arramblar con árboles con dos siglos de vida, “pero la pela es la pela, y la producción es la producción”, aseguraba. “Si tuviéramos una climatología con un promedio de 700 litros de lluvia todo el año, seguiríamos, pero cuando llevas tres años perdiéndoles dinero...”, lamentaba finalmente.

Lo mismo ocurre con las placas solares. En provincias como Alicante, empresas energéticas están pagando por arrendar parcelas hasta 1.500 euros por hectárea, mientras que los agricultores de la zona denuncian que se matan a trabajar para sacar 200 euros por hectárea y año. “El precio de la almendra baja, el del aceite también y los cultivos de cereal se pagan igual que hace décadas”, se quejan antes de permitir que reconviertan sus terrenos en un mar de silicio cristalino.

¿Debemos acostumbrarnos a visualizar esta estampa en el paisaje español? Si vamos a cambiar los mares de plástico de los invernaderos por océanos de paneles solares, ¿comeremos energía solar a partir de 2030?

Yo, por si acaso, me reservo alguna botella de AOVE para aliñar la ensalada de tornillos, plástico y cobre del futuro.

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