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Oleum, Olei, Oleo, Oleum, Oleum, Oleo

Oleum, Olei, Oleo, Oleum, Oleum, Oleo

jueves 09 de febrero de 2023, 12:27h

Cuando era estudiante, dedicaba las noches de estudio de Latín para los exámenes de recuperación de septiembre a declinar, y declinar mucho. Los que, como yo, no estudiábamos durante el curso escolar, teníamos que hacerlo durante las frescas horas nocturnas, renunciando a las juergas con los amigos. DURA LEX SED LEX. Así comienza este artículo de Marco Scanu, oleólogo y asesor internacional en olivicultura y elaiotecnia, en el que reflexiona sobre las palabras del aceite.

Oleo, Oles, Olet, Olemus, Oletis, Olent. Al conjugar el verbo Olere ("tener olor") se me ocurre que en latín el aceite y los olores son figuras pseudoetimológicas. Así, Olet Oleo ("huele a aceite") constituye una similitud externa, al igual que Verbis Verberare ("impresionar con palabras").

Similitudes, por tanto. Pero me sorprendería que los antiguos latinos, siempre tan precisos con su lengua, se hubieran equivocado, siquiera una vez.

Tengo la sospecha de que esta similitud es plenamente intencionada, de que el verbo Olere y el sustantivo Olium están profundamente vinculados, no solo mediante su raíz común sino también en su misma esencia. Los que estudian Etimología de las lenguas antiguas podrían ayudarnos a entenderlo, tal vez desvelándonos dónde nacieron las palabras del aceite.

Me viene ahora a la mente otra palabra del aceite: LIPOXIGENASA. Sin estos complejos enzimáticos que favorecen la formación de sustancias volátiles a las que se debe el olor del aceite, no existiría el aceite, sino un simple ácido graso que, al permanecer en las células del fruto, protegido por la membrana celular, es incoloro, insípido e inodoro.

Ciertamente, los antiguos latinos desconocían el proceso bioquímico responsable de los aromas del aceite, pero seguro que habían advertido este profundo vínculo. Me gusta pensar que la similitud es intencionada y que los latinos querían transmitirnos que sin el olor no se puede hablar de aceite, que el olor es la esencia del aceite.

Pienso en otra palabra del aceite: FRESCURA. Constato que esta es la característica esencial del olor del aceite. Un aceite que no sea fresco no tiene vida y, a mi entender, no tiene alma.

La frescura forma parte de nuestro mundo sensorial desde los primeros meses de edad. Los niños reconocen la frescura de un alimento instintivamente. Un aceite fresco anuncia su vitalidad a todas las personas, sin barreras culturales, étnicas, sociales. Es el mensaje universal del aceite que todos comprendemos.

Se habrán dado cuenta de que, intencionadamente, he evitado añadir a “aceite” las palabras “de oliva”.

Originalmente, aceite había solo uno. Solo era aceite el que se extrae de la oliva, del mismo modo que solo hay un vino, el que se extrae de la uva.

Los amantes del vino han logrado que durante milenios no se les haya privado de la esencia de sus palabras. Por ejemplo, un vino de manzana no es un vino, sino sidra.

Ellos, los amantes del vino, se han puesto siempre en valor, defendiendo con ahínco y difundiendo el valor del vino. En cambio, nosotros, los amantes del aceite, no lo hemos hecho.

Así, nuestro destino inevitable era que la palabra aceite terminara significando todo el conjunto de sustancias lípidas líquidas a temperatura ambiente, con más o menos olor, incluyendo, por desgracia, las de olor desagradable.

Por tanto, declinemos juntos: aceite de motor, aceite mineral, aceite de semillas, aceite de aguacate, aceite de orujo, aceite de oliva…