Rara avis

Hace poco leía un interesantísimo artículo sobre corresponsales que contaban las rarezas españolas que más llaman la atención a los ciudadanos de los países donde ellos trabajan. Sorprendentemente, el punto número 1 es el aceite de oliva. Dicen los periodistas de los países nórdicos que allí no dan crédito a la cantidad de aceite de oliva que usamos. Aquellos que vienen de “países de mantequilla” no salen de su asombro cuando nos ven freir un huevo o elaborar una tortilla de patata. Eso sí, en cuanto se lo sirven en el plato de cualquier bar, ¡no dejan ni las migas!

Otra curiosidad son las sobremesas. Un gran número de turistas asisten ojipláticos a la duración que éstas pueden alcanzar. No llegan a comprender como en España somos capaces de juntar una comida casi con la cena sin movernos de la mesa. Los mayores fans de esta costumbre son los rusos. La opinión de estos habitantes sobre nosotros y nuestras costumbres es muy positiva, prácticamente todo les parece bien. Aunque, puestos a quejarse, tienen claro que no somos buenos compañeros de borracheras, ya que no aguantamos ni una cuarta parte de las rondas de vodka a las que se someten ellos durante una tarde cualquiera de colegueo.

También existen otras costumbres españolas que traen de cabeza, por ejemplo, a los estadounidenses, empezando por la siesta. A ellos no les entra en la cabeza que todavía existan empresas que permanezcan cerradas entre las dos y las cinco de la tarde. Eso les vuelve casi tan locos como nuestra manía de besarnos para decir hola y adiós. “¡Y encima una mejilla no es suficiente, los españoles necesitan dos!”, se quejan algunos. Bueno, podemos estar seguros de que tardaremos mucho en volver a retomar esa tradición en el contexto actual. Aunque he de decir que he llegado a ver a personas dándose besos con mascarilla puesta y todo. Aquí somos genio y figura -made in Spain- hasta la sepultura. O si no que se lo digan a nuestros vecinos europeos que consideran una verdadera aberración lo de cenar a las diez de la noche. Encima, dicen que tenemos tendencia a cenar “pescados grasientos” como caballa, anchoas, sardinas... y que, por si eso fuera poco, tiramos las cáscaras al suelo del bar. En fin, de esta fama no nos libramos ni con cien años de refinamiento.

Aunque para refinamiento, el menú más caro del mundo. ¿Saben donde se sirve? Evidentemente, no en uno de nuestros bares con cáscaras en el suelo, sino en Napa Valley (California), en el restaurante French Laundry, cuyo responsable es el idolatrado chef Thomas Keller. 722 dólares por comensal. Eso sí, seguro que no tienen sobremesas eternas, ni AOVE, ni pescaíto frito. ¡No se puede tener todo!

Rara avis

Mercacei Semanal 1.201