Aquellas llamadas

Su hijo me escribió para decirme que se había ido en paz, mientras dormía. Me costó imaginármelo durmiendo a él, que a sus 93 años seguía yendo a jugar al tenis algún que otro día y al Camp Nou a animar a su amado equipo. Uno de esos miércoles en los que intercambiábamos precios de aceite de coco por anécdotas que me habían pasado durante la semana percibí que tenía la voz tomada. Le pregunté que si estaba resfriado y él me contestó que se había quedado afónico el día anterior. No entró en más detalles, aunque tiempo más tarde me confesaría que el 6-2 del Barça-Madrid de la víspera había tenido algo que ver. Pero como era un señor, no quiso regodearse ante esta -por aquel entonces- veinteñera madridista. Así era él.

Era mucho más que nuestro corresponsal para los aceites y las grasas industriales en Cataluña. El histórico fundador de Interfat, un referente en la industria química y de los aceites con casi 70 años de trabajo a sus espaldas, me daba verdaderas lecciones diarias de cómo conservar la alegría, la energía y la dedicación a lo largo de los años.

Lo cierto es que no le conocí cuando me incorporé a Mercacei, mi madre ya me había hablado de él, y cuando hablamos por primera vez entendí que todo lo que me había dicho sobre él se quedaba corto. Él, que se definía a sí mismo como “Señor Interfat”, tenía un humor que todos querríamos aplicarnos en el día a día.

A través de esas conversaciones descubría los entresijos de las exportaciones del aceite de linaza, los tira y afloja de la oferta y demanda del aceite de pata de buey -¡ni siquiera sabía que esa grasa existía!-, la composición del sebo extra fancy... Pero también aprendí mucho sobre el trabajo duro, la amistad y la familia, los valores que él más apreciaba. Entiendo más que nunca a su hijo cuando me dijo que se iba una persona de las que quedan bien pocas. Y es que los conversadores escaseamos más que nunca en la era de las redes sociales y los likes.

He de confesar que muchas veces cuando me enfrentaba a este Editorial en blanco -¡llevo llenando este espacio 11 años ya!- pensaba en él. Cada semana tenía algo que preguntarme sobre esta columna de opinión y se reía a carcajadas con mis ocurrencias. Yo siempre le restaba importancia, pero conseguía que me sintiera una joven Cervantes por un rato.

Lo que más siento es que esta página tendrá un lector menos a partir de ahora, probablemente el que más disfrutaba de este espacio. Por eso no podía dejar pasar este acto de justicia poética dedicándole la página entera a él, al Sr. Enric Verdú Vilalta. Bon viatge, Mr. Interfat!

Aquellas llamadas

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