Todo comenzó cuando el nutricionista Carlos Ríos -que parece sentirse cómodo en el ojo del huracán- lanzó a través de su marca Realfooding -cuyo eslogan reza “come comida real”- una nueva margarina a base de aceite de oliva virgen extra. Bueno, Ríos asegura que no es una margarina -¡ni mucho menos una mantequilla!- pero lo cierto es que tampoco es un AOVE untable. ¿Por qué? Porque es un mix de aceite de oliva virgen extra (72%), grasa de karité, agua y sal. Por ello, numerosos nutricionistas han utilizado sus redes sociales para advertir al consumidor de que este producto no tiene tantos beneficios como Carlos Ríos quiere hacer creer. De hecho, Ríos destaca que su margarina aporta “todos los beneficios del AOVE” y los enumera así: es bueno para controlar el colesterol, contiene triglicéridos, es antihipertensivo, vasodilatador, antiinflamatorio, inmunomodulador y previene el estrés oxidativo. Sin embargo, el doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos Miguel Ángel Lurueña sostiene que estas afirmaciones son rotundamente falsas: “Esta margarina no tiene los mismos efectos del AOVE porque no es AOVE”, denuncia el doctor. Y yo me pregunto, ¿qué abanderado de la comida real se inventa una margarina untable disfrazada de AOVE en lugar de promover el uso y el consumo del producto original? ¿Es que el virgen extra necesita otra textura que no sea la suya propia? Otras grasas probablemente tengan esa necesidad, pero no es el caso de ésta. Basta con abrir una buena botella, lata, PET, bag in box de aceite de oliva virgen extra y echar un chorrito en la sartén, en la ensalada, en el pan o donde a uno le de la gana. ¡Eso sí que es realfooding sin aditivos! Yo creo que estamos perdiendo un poco el norte todos. Recuerdo bien las palabras del chef Santi Santamaría sobre el futuro de la alta cocina. Fiel defensor de la evolución de los alimentos, entendía que los avances tecnológicos deberían estar enfocados a garantizar una seguridad alimentaria y durabilidad de los alimentos, pero no quería oír ni hablar de la gastronomía molecular. En su momento causó un gran revuelo -a día de hoy muchos le recuerdan sólo por estas declaraciones y no por lo gran cocinero que fue- pero también tuvo grandes defensores. Uno de ellos fue el periodista alemán Jörg Zipprick, autor del libro No quiero volver al Restaurante, en el que reclamaba a los restaurantes con estrella Michelin que empleaban estas técnicas que facilitasen al comensal un informe de qué productos se utilizaban. Tanto Santamaría como Zipprick acabaron catapultados por el peso de la nueva gastronomía pero eso no les resta algo de razón en sus denuncias. ¿Realmente necesitan tantos aditivos alimentos frescos y orgánicos sólo para ser más bellos?