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El olivo como eje vertebrador de nuestra historia

El olivo como eje vertebrador de nuestra historia

Por Esteban Momblán
Gerente de Grupo Interóleo

Mucho se ha escrito, y desde hace mucho tiempo, sobre la importancia de este cultivo, pero en los tiempos que corren quizás sean dos aspectos los que cabría destacar especialmente: el carácter medioambiental del olivar y la condición de alimento saludable del aceite de oliva.

Todos recordaremos el año 2023 por muchos motivos, pero seguramente uno de ellos será que alcanzamos las temperaturas más altas desde que hay registros durante un mayor periodo de tiempo, además de por una sequía extrema que genera un déficit hídrico muy preocupante. No sabemos si es el cambio climático o un nuevo ciclo severo de altas temperatura y falta de precipitaciones, pero en lo que todos coincidimos es que algo está ocurriendo con el clima. Y ahí el olivo y el bosque de 600.000 hectáreas de la provincia de Jaén juegan un papel crucial. Está demostrado que un olivo es capaz de absorber en torno a 2 kilos al día de CO2 -uno de los causantes del cambio del clima-, lo que nos convierte en un pulmón de la biodiversidad de nuestra zona geográfica. Este aspecto debe ser reconocido por las instituciones, organismos de cualquier ámbito y por la sociedad en general. Como sociedad preocupada por el futuro que vamos a dejar a próximas generaciones, el olivar tradicional y su carácter de sumidero de CO2 debe ser uno de los fundamentos de cualquier política. No estamos hablando de políticas de “greenwashing” llevadas a cabo por las grandes corporaciones, sino de proteger nuestro medio ambiente y los recursos naturales que tanto han beneficiado al ser humano. De un uso eficiente de los recursos y de prácticas agrícolas que fomenten la biodiversidad antes de que sea demasiado tarde. Y el cultivo del olivar, que existe en la cuenca del mediterráneo desde hace más de 2.000 años, debe ser la punta de lanza de esta nueva forma de agricultura.

El segundo aspecto más relevante de este cultivo es su fruto, el aceite de oliva. Uno de los tres vértices de la Dieta Mediterránea, con innumerables cualidades saludables e infinitas posibilidades gastronómicas. En 2020, tras el inicio de la reciente pandemia del COVID-19, se convirtió en uno de los productos más apreciados por los consumidores. La población mundial está en aumento y la FAO espera que en 2050 sea de unos 9.500 millones de personas. De ahí que uno de los grandes retos de la humanidad sea dar de comer a tanta población de una manera sana y sin esquilmar los recursos naturales existentes. Por eso el olivar y sus agricultoras y agricultores deben ser reconocidos como los que nos alimentan y nos van a alimentar. Cabe destacar que sin la grasa vegetal más saludable que existe sería imposible digerir alimentos básicos como carne, pescado o verduras. No es casualidad que este alimento lleve con nosotros desde el inicio de la civilización. Por tanto, es evidente la presencia poliédrica del olivar en gran número de ámbitos -y no sólo en el social y económico- que lo convierten en un cultivo de enorme importancia en todas las épocas de la humanidad.

La cultura del olivo ha desempeñado un papel crucial a lo largo de la historia, dejando una huella profunda en las tradiciones, la gastronomía y la economía de las regiones donde florece. Desde tiempos antiguos, el olivo ha sido más que una simple planta, convirtiéndose en un símbolo de paz, prosperidad y sostenibilidad. Desde un punto de vista histórico, el olivo encuentra sus raíces en la región mediterránea, donde se cultiva desde hace miles de años. Las primeras evidencias de la domesticación del olivo se remontan a la Edad del Bronce, y civilizaciones antiguas como la griega y la romana veneraban este árbol por sus frutos y aceite. La Biblia también menciona el olivo en numerosas ocasiones, simbolizando la paz y la renovación.

El olivo ha trascendido su función práctica como fuente de alimento para convertirse en un poderoso símbolo cultural. Su madera se ha utilizado para crear esculturas y mobiliario, mientras que sus hojas y ramas son elementos comunes en rituales y ceremonias. La rama de olivo es conocida mundialmente como un símbolo de paz, derivado de la antigua Grecia, donde se entregaba a los ganadores de los Juegos Olímpicos. La cultura del olivo se manifiesta en diversas festividades y celebraciones a lo largo del año. En algunos lugares, la cosecha es motivo de celebración con festivales que destacan la tradición, la música y, por supuesto, la comida. Estas celebraciones reflejan la profunda conexión emocional que las comunidades tienen con el olivo y su influencia en la vida cotidiana.

Ni que decir tiene que su vertiente económica es de suma importancia, ya que la producción de aceite de oliva es una parte fundamental de la economía en muchas regiones mediterráneas. La agricultura del olivo ha evolucionado con el tiempo, adoptando técnicas modernas para mejorar la eficiencia y la calidad del aceite. Asimismo, la industria del olivo ha creado empleo y oportunidades económicas para las comunidades locales, convirtiéndose en un pilar de la sostenibilidad.

Además, en los últimos años multitud de investigaciones científicas acreditan que el aceite de oliva, extraído de los frutos del olivo, no sólo es apreciado por su sabor distintivo, sino también por sus beneficios saludables. Rico en ácidos grasos monoinsaturados y antioxidantes, el aceite de oliva se ha asociado, entre otros, con la reducción del riesgo de enfermedades cardiovasculares. Todo ello ha provocado que el consumo mundial de aceite de oliva crezca de manera constante a lo largo de los años, convirtiéndose en un producto indispensable para una alimentación saludable.

Pero la industria del olivo también se enfrenta a desafíos modernos. Cambios climáticos, plagas y enfermedades representan amenazas para los olivares, subrayando la necesidad de enfoques sostenibles y tecnológicos para preservar esta parte vital de la herencia cultural.

Por todo lo descrito, ante la pregunta “¿Cómo será el sector del olivar y el aceite de oliva en 2050?", no sabríamos qué responder, pero sí sabemos cómo no queremos que sea. No imaginamos un mundo sin olivos, descartamos la sola idea o imagen de todos nuestros paisajes desérticos, sin nuestros olivares y sin rastro de biodiversidad. No queremos el abandono y pérdida de la Dieta Mediterránea, queremos vivir más y mejor, nosotros y nuestros hijos. Y, por supuesto, no imaginamos nuestro entorno rural totalmente abandonado, convirtiendo las ciudades en grandes urbes industrializadas, pueblos y comarcas despoblados.

En conclusión, la cultura del olivo va mucho más allá de su condición de producto agrícola: es un testimonio de la interconexión entre la tierra, la historia y las comunidades que han cultivado y venerado este árbol durante milenios. Desde los tiempos antiguos hasta la actualidad, el olivo sigue siendo un faro de prosperidad y sostenibilidad, manteniendo viva su rica herencia en las tradiciones y estilos de vida de las regiones que llaman hogar al olivo.