Cuando Clarence Saunders abrió el primer supermercado, no lo hizo pensando en la comodidad de sus clientes, sino en el ahorro de tiempo que supondría para el vendedor. La idea era de lo más simple: poner la mercancía al alcance del comprador, de modo que el comerciante sólo tendría que cobrar y reponer productos de vez en cuando. El cambio fue radical: desde entonces un solo empleado podía atender un volumen de ventas tres o cuatro veces superior.