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El futuro del olivar se gana ahora

El futuro del olivar se gana ahora

Por Antonio Luque
Presidente de DCOOP

Estamos en otoño y pasan las nubes. Al cierre de este artículo, aunque ha habido precipitaciones, la situación es muy irregular, con grandes diferencias entre comarcas, pero claramente insuficientes. Esta estación es en la que históricamente ha llovido más, la que sirve para que corran los arroyos y ríos, se recarguen los pozos y nacimientos, para empapar la tierra y llenar los embalses. A cierta profundidad, la tierra no está empapada. Las aceitunas han dejado de estar arrugadas, pero hay las que hay.

Ahora nos estamos jugando ya la próxima cosecha -cuando acabamos de empezar la 2023/24- y es necesario hacerse la gran pregunta: ¿están los olivos recuperados y preparados para tener una buena producción el año que viene? Hoy por hoy diría que no, que no ha llovido lo suficiente para que el olivo se hidrate, tenga crecimientos vegetativos sobre los que fructificar y pueda disponer de agua para el año próximo en caso necesario. Eso está por ver y ciertamente sería dramático, porque estaríamos ante un tercer año -seguido- de cosechas muy por debajo de la media.

Surge así la otra pregunta que ha de guiarme en esta tribuna: ¿cómo será el olivar del futuro, en 2050? Y me planteo qué tiene que hacer el sector para que el olivo, la aceituna, el aceite, sigan siendo como mínimo tan importantes como son ahora, generando riqueza y empleo en nuestros pueblos y siendo un producto inigualable.

La primera reflexión es que hay que comenzar ya a preparar las infraestructuras que permitan que haya cosechas, y ahí entra la disponibilidad del agua. La falta de agua está afectando a todos los productos alimenticios en general, siendo una causa fundamental en la situación inflacionista que estamos padeciendo. En el debate social, el problema del agua no es de los agricultores, sino de los consumidores, de todos, porque es vital para la producción de alimentos. Basta ya de anteponer ideologías y de contemplar superficialmente este problema como cuestión de todos, acometamos actuaciones hidrológicas que permitan producir alimentos a precios rentables para los agricultores y asumibles para los consumidores. Es la hora de actuar, de la valentía política -algo que no vemos actualmente- para disponer de más recursos hídricos, como los que actualmente se desperdician en las aguas residuales. No podemos esperar a otra sequía, el futuro se gana ahora.

Paralelamente, sigo defendiendo que como olivareros tenemos que hacer un diagnóstico sobre nuestra explotación para tratar de mejorarla y ser más competitivos: renovación, regadío, mecanización, olivares más densos y productivos… y en aquellos olivares en los que no sea posible, tratar de diferenciarlos mediante certificaciones de calidad o producción ecológica. Defendemos al olivarero tradicional, aquel que ha trabajado toda su vida en su explotación para que siga generando riqueza. La falta de rentabilidad de otros cultivos (cereales, algodón, cítricos…) ha hecho que muchas tierras se hayan plantado de olivos con unos costes menores que los tradicionales, por lo que es necesario adaptarnos para competir.

En cuanto a la industria, confío en que seamos capaces de implantar sistemas que permitan erradicar y alejar toda sospecha sobre fraudes en el sector del aceite de oliva. La mejora de la trazabilidad y la certificación de procesos es una buena senda para que se pueda recorrer con transparencia el rastro de la producción oleícola en cualquier momento y evitar las malas prácticas que tanto dañan la reputación del sector.

La demanda está aumentando y todavía lo va a hacer más porque los consumidores confían en la mejor grasa saludable que puede ingerir el ser humano. Cada vez hay más revelaciones sobre sus beneficios y todavía podemos recibir más buenas noticias sobre su potencial con nuevos descubrimientos científicos y aplicaciones.

Pero para ello, el olivar ha de ser sostenible y la vertiente fundamental es la económica. Si no es rentable, difícilmente seguirá habiendo olivares cuidados con buen impacto ambiental. Ahora estamos viviendo un momento histórico de precios altos, como hace unos meses estábamos en la parte baja en lo que se refiere a las cotizaciones; entre medias, los costes de producción han subido. El precio del aceite de oliva ha de ser aquel que permita que las personas que se dedican al olivar vivan dignamente y también debe resultar asequible para los consumidores, una oferta y demanda que posibilite dar salida a las producciones a medio y largo plazo.

En los próximos lustros tenemos que seguir trabajando para adaptarnos a los nuevos tiempos y cada eslabón desempeña su papel. Estoy convencido de que el olivo, el aceite y la aceituna van a seguir siendo protagonistas de nuestras vidas. Feliz Día Mundial del Olivo.