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Soñando un futuro mejor

Soñando un futuro mejor

Por José Gilabert
Presidente de la SCA San Vicente de Mogón

Octubre de 2050, nos encontramos en plena campaña de recolección de aceituna. El adelanto en la maduración del fruto, así como la mayor concienciación y apuesta por producciones de calidad, ha dado lugar a que se generalice aquello que unos pocos empezaron a hacer a principios de siglo. Los nuevos sistemas de recolección automatizada facilitan la recogida del fruto del árbol y tan sólo en circunstancias excepcionales se recoge la aceituna del suelo.

El cultivo ecológico ya representa el 40% de la superficie dedicada al olivar y la producción de aceite ecológico se aproxima a ese porcentaje. El resto se cultiva en Producción Integrada desde que la Unión Europea la hizo obligatoria en la reforma de la Política Agraria Común (PAC) de 2029. La evolución de las producciones en las últimas décadas demuestra que no era cierto aquello que se decía, que el cultivo ecológico y sostenible no podía dar de comer al mundo. Lejos de eso, lo que se viene produciendo es el fenómeno contrario. Los que empezaron a gestionar los olivares de manera sostenible: cubierta vegetal total, aporte de materia orgánica, eliminación de abonos químicos, han visto como los suelos se han ido regenerando y sus producciones han ido aumentando. Esos suelos retienen mejor el agua y favorecen la biodiversidad, que también ayuda al control de plagas.

Por el contrario, los más reacios al cambio, los que siguieron usando y abusando de abonos químicos y de herbicidas, vieron como sus suelos se iban deteriorando, hasta el punto de hacerse totalmente dependientes de esos productos, que cada vez eran más caros e ineficaces. Sus producciones empezaron a bajar y la cuenta de resultados también. A partir de 2030, con la Producción Integrada y las nuevas exigencias de la PAC, comenzaron a hacer prácticas más sostenibles.

En la actualidad, a mitad de siglo, parece que avanzamos en el buen camino, se está utilizando el conocimiento y la tecnología al servicio de una producción de alimentos sostenible, trabajando en economía circular, por supuesto con energías renovables, y gestionando los excedentes para evitar el desperdicio alimentario.

Hubo un tiempo, sobre todo en las primeras décadas del siglo, en las que el productivismo, el imperialismo económico y el negacionismo climático marcaban el rumbo hacia una autodestrucción.
Tuvieron que ser esas nuevas generaciones, aquellas que tildábamos de cómodas, poco comprometidas, apáticas, las que pusieran pie en pared, ante lo que estaba sucediendo. También la comunidad científica se rebeló, cansada de que los poderes económicos y políticos hicieran caso omiso de sus estudios y advertencias.

También es cierto que la cruda realidad nos hizo ver a todos que había que cambiar el modelo. En los años 20 se intensificaron los fenómenos extremos: sequía, olas de calor, inundaciones, etc.
Finalmente, esa realidad y la presión social lograron que de verdad se empezara a cambiar el sistema, por lo que las grandes corporaciones de la industria agroquímica empezaron a perder esa gran influencia que ejercían a través de sus lobbies y, cada vez más, se hizo imprescindible la aprobación del Consejo Científico Internacional, a la hora de implementar medidas de gran impacto.
En la reforma de la PAC de 2029, y en las sucesivas, se cambiaron los criterios para la obtención de ayudas. Después de los pasos tímidos que se habían dado en reformas anteriores, esta vez si se apostó por premiar e incentivar buenas prácticas en el campo. También se priorizaron las ayudas a la agricultura tradicional de pequeñas y medianas explotaciones, poniendo en valor los bienes que aportan desde el punto de vista social y medioambiental.

El cultivo ecológico sigue creciendo, cada vez es más valorado por los consumidores y la sociedad en general, y sigue proporcionando a sus productores la satisfacción del deber cumplido: la producción de alimentos de calidad, saludables y sostenibles desde el punto de vista social y medioambiental.