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Sostenibilidad y biodiversidad en el futuro

Sostenibilidad y biodiversidad en el futuro

Por José Eugenio Gutiérrez Ureña
Director del proyecto LIFE Olivares Vivos (SEO/BirdLife)

Somos la única especie con capacidad para proyectarse mentalmente en el tiempo, así que, en el Día Mundial del Olivo, aprovecho para darme un paseo por uno de los olivares vivos de 2050. Treinta años después, impresiona la salud de los olivos, la cosecha, la frondosidad de los setos, de la cárcava revegetada, la algarabía de los pájaros, los colores, los olores... Lejos en la memoria queda aquel año en que la escasez y los precios del aceite de oliva llevaron al sector oleícola a una situación inédita. El precio del aceite batía récords, al mismo tiempo que lo hacían los registros climáticos. Las terribles, tempranas y recurrentes olas de calor, junto con la sequía, nos recordaron que el campo depende de sus condiciones ambientales antes que de soluciones tecnológicas, mercados y políticas agrarias.

Por entonces se vislumbraba el futuro del olivar desde visiones muy dispares que sólo coincidían en una exigencia incuestionable: el olivar del futuro debía de ser sostenible. Se apelaba entonces a una sostenibilidad en pañales, a un concepto tan manido y arbitrario que, más que una vía o plan de acción para solucionar problemas reales, parecía una conjura. Pura retórica que, sin concreción ni hoja de ruta, vaticinaba un viaje a ninguna parte.

Por fortuna, rebasada la mitad del siglo, el panorama ha cambiado sustancialmente. Fue necesario un camino de aprendizaje para que la sostenibilidad, más allá del mero reclamo comercial, pasara a entenderse como un objetivo imprescindible en los modelos de negocio de la olivicultura. Al fin entendimos que para ser más sostenible no bastaba con decirlo. El camino hacia la sostenibilidad era una carrera de fondo que no admitía prisas ni atajos y al que era preciso acompañar de las métricas necesarias para valorar de una forma contrastada nuestra huella social, cultural y ambiental.

Y, sin más remedio, productores y empresas oleícolas tuvimos que concretar objetivos más allá del simple compromiso emocional. Debimos superar la tentación de declararnos sostenibles por Real Decreto o con autoevaluaciones y metas a conveniencia. Pronto entendimos que era tan sencillo, y tan comprometido a la vez, como evitar que los costes sociales y ambientales superen los beneficios de la producción del aceite. Era cuestión de realismo, compromiso y matemáticas.

Y, con la complicidad de los consumidores, fuimos pioneros en la industria agroalimentaria. Es verdad que partíamos con ventaja, pero supimos aprovecharla. El olivar y toda la cadena agroalimentaria tenía ya de por sí un extraordinario potencial de valiosas externalidades sociales y ambientales. Sólo se trataba de completar el círculo y producir un producto de extraordinaria calidad en olivares de calidad, en olivares vivos. Fuimos entonces avanzadilla y referentes en el sector agroalimentario a la hora de hacer frente al principal reto que afrontaba la humanidad: la pérdida de biodiversidad y de sus servicios ecosistémicos. Pronto entendimos que, sin biodiversidad, no puede haber sostenibilidad, que de ella depende nuestra salud y calidad de vida. Porque la biodiversidad es la clave. Es la sostenibilidad que se ve, se toca, se huele, se oye y se siente, la que ha hecho que, en 2050, el olivar y el aceite de oliva estén por fin en el lugar que les corresponde.