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Regreso al futuro de la almazara (o de cómo nuestras acciones en el presente determinan nuestro futuro)

Regreso al futuro de la almazara (o de cómo nuestras acciones en el presente determinan nuestro futuro)

Por José Vico Lizana
Ingeniero agrónomo y especialista en mejora de almazaras

Hace mucho tiempo, una persona llamada Beta realizó un viaje en el tiempo desde el año 2050 hacia el pasado de las almazaras, hasta 2023, que cambiaría para siempre el destino de los aceites de oliva vírgenes. En 2023, lo primero que hizo Beta fue visitar almazaras para conocer su situación. Fue informado de los problemas del sector oleícola, tales como la sobreplantación de olivar que denominaban moderno, el descenso de consumo en los países productores, el Brexit, tratados como el realizado con Mercosur, el coronavirus o conflictos bélicos sin resolver.

Beta les indicó a sus colegas del pasado que “lo malo de las soluciones a las crisis es que no suelen gustar”. En pleno debate sobre cómo mejorar el aceite con el mínimo de recursos y en el menor tiempo posible, o la importancia de la formación de los trabajadores, Beta encontró sobre una mesa un folleto formativo editado durante la II República Española (1931-1939) bajo el título “Olivareros: mejorad la calidad de los aceites adoptando las siguientes normas” (Imagen 1). Seguro que para la confección de ese cartel tuvo que venir otro viajero en el tiempo, porque indicaba en aquella época la importancia de clasificar la aceituna y el aceite, la limpieza, no atrojar, controlar la temperatura, el agotamiento del orujo y el filtrado. Estos eran los mismos problemas que se seguían debatiendo un siglo después. El viaje del compañero de Beta no resultó exitoso porque no se llegaron a realizar las medidas propuestas y no se imaginaban en 2023 la incidencia que tendría en 2050 el hecho de no haber implantado esas prácticas en el pasado. De modo que Beta se marcó como objetivo asegurar su implantación.

Nuestro visitante también les informaba de un futuro en el que la clasificación de los aceites se redujo a dos tipos: los que tenían defecto y los que no; el olivar y la almazara formaban un todo; la mosca del olivo (Bactrocera oleae) seguiría existiendo, pero se podía predecir su incidencia y actuar en consecuencia; la recolección sería cada vez más rápida, barata, abundante y temprana, y no adaptarse a esa futura realidad carecía de sentido; y el principal defecto del aceite, el atrojado, se logró controlar mediante ambientes ventilados y ricos en oxígeno, además de reduciendo e incluso eliminando las tolvas en algunas almazaras.

Además, las almazaras se adaptaron a un aumento diario en términos de recepción de aceituna, donde sensores instalados en el patio eran capaces de identificar y clasificar la calidad de la aceituna y, por lo tanto, del aceite. Las lavadoras despedregadoras tenían una presencia testimonial, ya que no era necesario mojar la aceituna para separarla de piedras, piezas metálicas u objetos extraños. Los sensores instalados realizaban esa tarea utilizando aire.

Asimismo, las bodegas aumentaron su capacidad para permitirles regular la producción de dos campañas. De esta forma, la vecería del olivo (año de carga de aceituna y otro de descarga) tenía menos incidencia en los precios. Se mostraron muy sorprendidos cuando Beta les indicó que las batidoras habían dejado de existir y se habían sustituido por emisores de ultrasonidos. Además de producir aceite, la aceituna se convirtió en una fuente de materias primas como fenoles, hueso, derivados de la pulpa y piel. Y el aceite, además de calidad, tenía garantía gracias a las certificaciones de producto.


Imagen 1. Manifiesto del Instituto de la Reforma Agraria. Enseñanza y divulgación. Ministerio de Agricultura. Fuente: Ministerio de Cultura y Deporte, Centro Documental de la Memoria Histórica, ES.37274.CDMH/4//PS- Carteles, 518.

En cuanto a la orientación laboral, con independencia de dónde se ubicara su puesto de trabajo, todos eran comerciales. Aunque la cata de aceites se realizaba sistemáticamente con una nariz electrónica, para apreciar los matices era necesaria la cata humana, ya que el consumidor final era humano y no se había establecido una conexión empática entre la nariz electrónica y el ser humano. Se produjo una mejora en la comunicación. Existía una perfecta fusión entre la Inteligencia Artificial (IA) y el personal de la almazara. Las tareas repetitivas las realizaban en su mayoría robots. En la almazara existía un pequeño grupo de trabajadores, pero la mayoría trabajaba de forma remota e integrada, involucrando al laboratorio, asesores, mecánicos, científicos y, como uno más, la IA. Gracias a la IA, los procesos se simplificaron, volviéndose menos complejos, y la toma de decisiones era más fácil y rápida. Se acabaron los listados interminables de registros de datos. Incluso se podía disponer de una predicción de lo que ocurriría si se realizaba una acción, y de esta forma se podía decidir a sabiendas del resultado.

En resumen, Beta les explicaba que se podía predecir el futuro del aceite de oliva virgen sin necesidad de una bola de cristal. La mejor manera de hacerlo era creándolo uno mismo y abandonar la idea de “tener suerte”. Les pidió que imaginaran cómo querían que fuera y que después se pusieran a trabajar en su presente con perseverancia, disciplina y paciencia. Se sorprenderían de cómo esos futuros que deseaban se hacían realidad. Y en cuanto al futuro, concluía con una frase de otro viajero del tiempo llamado Winston Churchill: “Vamos a ser optimistas. No parece muy útil ser otra cosa”.