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¿SABÍAS QUE...? El AOVE, protagonista de la Historia

¿SABÍAS QUE...? El AOVE, protagonista de la Historia

Una recopilación de curiosidades, anécdotas y hechos históricos -más o menos verosímiles- relacionados con el sagrado árbol milenario y su mágico elixir, el aceite de oliva

Con un año de retraso por culpa de la pandemia, en 2021 se celebraron los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Unos Juegos absolutamente descafeinados, eso sí, por la ausencia de público. Cuenta la leyenda que, allá por el siglo VIII a. C., Dáctilo Heracles Ideo y cuatro de sus hermanos corrieron a la ciudad griega de Olimpia para entretener al recién nacido Zeus. El ganador de la carrera, Heracles, se hizo acreedor a portar una corona de olivo y estableció la costumbre de celebrar la serie de eventos deportivos -los actuales Juegos Olímpicos- en honor al padre todopoderoso de los dioses del Olimpo. Y es que el árbol milenario, símbolo universal de paz, abundancia, fertilidad, armonía o victoria, ha sido protagonista -directo o indirecto- de numerosos hechos y anécdotas a lo largo de la Historia, al igual que su mágico elixir, el oro líquido, un término acuñado hace casi 3.000 años por Homero, el gran poeta griego.


El famoso caballo de Troya, protagonista de la guerra más famosa de la antigüedad (1.300 a. C.), en la que la inquebrantable Troya cayó ante Grecia tras una década de asedio, fue construido con madera de olivo en la región de Anatolia, de donde es originario. Un plan concebido por Ulises e instigado por Atenea, la hija de Zeus y diosa guerrera de la sabiduría y la estrategia, que obsequió a la Humanidad con el árbol sagrado.


Platón, otra gran figura de la Grecia clásica, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, fundó en el año 387 a. C., a su regreso a Siracusa, su famosa Academia en un bosque sagrado de olivos situado a las afueras de Atenas. El filósofo impartía sus clases magistrales bajo la sombra de un ejemplar del mítico árbol, del que se dice que sobrevivió 2.400 años, hasta que en 2013 fue talado de forma clandestina con nocturnidad y alevosía, acaso para servir de combustible en alguna chimenea casera. Antes, en los años 70, ya había sufrido un grave incidente cuando un autobús lo arrancó al empotrarse contra él, si bien en aquella ocasión la intervención de la Universidad de Atenas pudo evitar su desaparición, procediendo a su replantación. La barbarie de los tiempos modernos…

Ave, AOVE
Durante los siglos I al III d. C., los romanos extendieron el cultivo del olivo a zonas como el centro de Túnez y el oeste de Libia, donde era necesario utilizar sistemas extensivos de riego para hacerlo viable. A medida que el Imperio Romano se expandió, también lo hizo la demanda de aceite de oliva, convirtiéndose Constantinopla en uno de los mayores importadores. Para satisfacer la creciente demanda, el cultivo del olivo se extendió por toda la Cuenca Mediterránea, donde hoy día se concentran los grandes productores del mundo.


La fuerte dependencia de los romanos del aceite de oliva, un alimento fundamental en su dieta, se puso de manifiesto en los tiempos del emperador Lucius Septimius Severus, quien acordó recoger aceite de oliva como parte del pago de los impuestos sobre las provincias y redistribuirlo después a la población de Roma.


En el campo de batalla, el kit de supervivencia de las centurias romanas incluía un recipiente con aceite de oliva, junto con pan, cereales, legumbres, frutas, verduras y vino, los otros alimentos que conformaban la dieta de los legionarios. El pan -regado con AOVE para potenciar tanto su sabor como el aporte calórico- lo amasaban y cocinaban ellos mismos en hornos cerámicos portátiles denominados clibanus, así como un tipo de galletas denominadas bucellatum a base de aceite de oliva, hierbas aromáticas, aceitunas negras y cereales, que consumían como tentempié. Debido a su gran importancia, el aceite de oliva fue incorporado por Julio César a la annona, el abastecimiento de la manutención del ejército, lo que hizo que la demanda del oro líquido se incrementara en gran medida. Además, el zumo de aceitunas se utilizaba para la conservación de carnes -sazonadas o ahumadas-, ya que el ejército contaba con una prata o criadero de animales para su abastecimiento, principalmente vacas, cerdos, bueyes y ovejas, de la que obtenían carnes y derivados como la leche y el queso. Por si todo ello fuera poco, el omnipresente AOVE, fiel aliado en la victoria, también sirvió para iluminar las largas noches de desvelo e incluso para sanar las heridas de los soldados.


La abadía de San Antimo, todo un tributo al AOVE
Siguiendo con los grandes conquistadores de la Historia, al emperador Carlomagno, conocido como el padre de Europa por su incesante afán por expandir y unir los territorios del Viejo Continente, también se le atribuye una historia relacionada con el AOVE. En uno de sus viajes, y hallándose en el corazón de la Toscana, se percató de que su ejército había contraído un extraño virus que le hacía enfermar sin remedio. Durante la noche, tuvo una visión en la que un ángel le indicó que distribuyera entre sus hombres un brebaje realizado con especias de la zona, hierbas locales, hojas de olivo y aceite de oliva virgen extra. Tras preparar tan extraña infusión para su ejército, éste sanó inmediatamente. Como agradecimiento, fundó en el año 781 la abadía de San Antimo, una de cuyas dependencias es una pequeña estancia donde hoy en día se sigue extrayendo un AOVE elaborado con frutos tempranos de la Toscana que hace las delicias de visitantes y feligreses.


La pasión de Enheduanna…
Enheduanna o Enkheduanna (2285-2250 a. C.) fue una poeta y escritora acadia que está considerada como la autora más antigua conocida. Esta princesa, hija del rey Sargón I de Acad, vivió en la ciudad-estado de Ur, en el sur de la región de Sumeria, y ostentó el importante cargo político-religioso de suma sacerdotisa en el templo del dios Nannar (la Luna). Algunas de sus obras más importantes -escritas en cuneiforme hace aproximadamente 4.300 años- son himnos de exaltación a la diosa Inanna, “la diosa con el corazón más grande”, donde establece por primera vez un calendario religioso y explica los rituales a seguir, entre ellos las ofrendas de aceite de oliva, como recogen los archivos del “ga-nun-mah”, el almacén del templo de Ningal. En dichos registros se habla de “una pequeña cantidad de aceite de oliva ordinario para las bisagras de las puertas de cuero”, poniendo de manifiesto ya entonces la versatilidad y diferenciación del producto: mientras el aceite de oliva de calidad “extraordinaria” tenía un uso alimentario, el “ordinario” se empleaba como linimento, lubricante, combustible, etc.


… y los secretos de belleza de Cleopatra
Son bien conocidas las bondades que sobre la piel ejerce el aceite de oliva, que hoy día cuenta con numerosas aplicaciones en el campo de la cosmética. Cleopatra VII, la última faraona del Antiguo Egipto -heredó el trono de sus padres Ptolomeo XII y Cleopatra V a los 18 años de edad-, fue conocida por su gran belleza y artes de seducción, pero también por su vasta cultura -fue instruida en literatura, música, política, matemáticas, astronomía y medicina- y facilidad para los idiomas -dominaba, entre otros, el arameo y el latín-. Rodeada de los mejores eruditos de la época, la reina elaboró diferentes cremas, remedios y fórmulas a base de aceite de oliva y de aceitunas, tal y como revelan los diversos papiros rescatados en las excavaciones arqueológicas, que hoy día se siguen utilizando -obviamente mejoradas-.


Así, la reina se colocaba una mascarilla para evitar las arrugas en cuya elaboración empleaba pepinos en rodajas, crema de leche batida, aceite de oliva y miel. Además, para mantener su piel suave, utilizaba una crema a base de miel, bicarbonato de sodio, sal de mar y aceite de oliva; al igual que otro exfoliante corporal a base de huesos de aceituna molidos que se aplicaban sobre las zonas secas con movimientos circulares para eliminar células muertas y mantener la piel tersa e hidratada.


Arquímedes, Galileo y Leonardo da Vinci, otros apasionados del AOVE
El aceite de oliva jugó un papel determinante en los descubrimientos de Arquímedes, uno de los grandes científicos y matemáticos de la antigüedad. Siempre absorto en sus pensamientos hasta el punto de olvidarse de comer, el sabio de Siracusa utilizaba cualquier medio disponible para plasmar sus diseños, bocetos y teorías, ante la falta de papel: polvo, cenizas… y aceite de oliva. ¿Cómo? En muchas ocasiones, tras el baño, usaba su propio cuerpo como lienzo aplicando aceite de oliva, permaneciendo horas y horas repasando, recalculando y garabateando sus hipótesis, que con frecuencia concluían con el rango de teoría.


Entre sus grandes inventos figuran el “rayo de la muerte”, un artefacto a base de espejos que consigue proyectar un potente haz de luz solar capaz de incendiar un barco; o el “tornillo de Arquímedes”, capaz de transportar 600 personas, el más grande de la época, y que servía asimismo para elevar agua a diferentes niveles. Un invento de hace 2.300 años que ha revolucionado la industria extractora del aceite de oliva en los últimos 50 años al emplearse en los decánters y en los diferentes sistemas de transporte de masa y aceite mediante los denominados “tornillos sinfin”.


Galileo Galilei, el genial matemático y astrónomo del siglo XVI -además de ingeniero, filósofo y físico-, fue un eminente hombre del Renacimiento interesado en casi todas las artes y las ciencias. Lo que no es tan conocido es que también era un gran amante de la cocina y de uno de sus principales ingredientes, el aceite de oliva virgen extra, con el que elaboraba y acompañaba muchas de sus comidas. Su receta predilecta era el ganso relleno con polenta, un copioso plato que incluía entre sus ingredientes el AOVE obtenido de su propio olivar. En efecto, su pasión por la buena mesa le llevó a poseer su propia finca de olivos de la variedad frantoio y un molino situado en la Costa San Giorgio, en Florencia, donde pasó sus últimos días. Y es que, como proclamó el sabio italiano, “la mejor ciencia no se aprende en los libros; el sabio más grande y mejor maestro es la Naturaleza”.

Otro genio renacentista, Leonardo Da Vinci, fue, entre otras muchas cosas, olivarero. El joven Leonardo creció en Vinci junto a su abuelo y su tío Francesco, hermano menor de su padre, de quienes aprendió a labrar la tierra, cuidar los olivos familiares y a elaborar aceite de oliva. Un conocimiento que reflejaría años después de dejar Vinci en un boceto sobre una almazara, o en el dibujo de una máquina con la que hizo sus propios colores al óleo. Una pasión, la de la olivicultura, que le acompañó durante toda su vida y tuvo influencia en sus bocetos de maquinaria y arquitectura.