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Porque no todos los aceites son iguales: De cómo el olivar tradicional debe diferenciarse para asegurar su supervivencia

Porque no todos los aceites son iguales: De cómo el olivar tradicional debe diferenciarse para asegurar su supervivencia

viernes 28 de febrero de 2020, 11:39h

El olivar tradicional tiene que ser capaz de buscar su diferenciación generando un valor añadido que le permita obtener un precio adecuado que asegure su supervivencia. Porque en la actual coyuntura sólo sobrevivirán aquellos que sean capaces de generar ventajas competitivas a menos que entre todos consigamos incrementar la demanda mundial.

En los últimos días hemos visto y oído numerosos argumentos acerca de las causas que han arrastrado al sector hasta una situación límite que ha provocado que los propios agricultores salgan en masa a defender un cultivo que representa más que un sustento. El olivar es un modo de vida, un cuidado de la naturaleza, un ejemplo de sostenibilidad, un arraigo de la población a la tierra -ahora que tanto se habla de la España despoblada-, y mucho más.

En este artículo vamos a detenernos en analizar las posibles causas que han provocado la bajada de precios de este producto, que está estrangulando al agricultor y al olivar tradicional. Veamos algunos datos. Entre 2015 y 2017, el precio del aceite de oliva virgen extra (AOVE) estuvo por encima de los 3 euros/kg., alcanzando valores superiores a 4 euros en septiembre de 2015 y en mayo de 2017 -en la actualidad, está en torno a los 2,1 euros/kg.-. Este incremento del precio del aceite de oliva provocó un efecto llamada entre los inversores de todo el mundo, que pusieron su foco en un cultivo que cada vez se hacía más rentable.

Entre 2014 y 2015 se plantaron cerca de 75.000 hectáreas de nuevos olivos, alcanzándose una superficie mundial de cultivo de 11 millones de ha. que se extendían a lo largo de 56 países. Desde entonces, se estima que, anualmente, la superficie cultivada de olivar ha aumentado en unas 160.000 ha. Así, en 2018 se alcanzan los 11,7 millones de hectáreas, extendidas en un total de 63 países productores. Solo en 2019, cuando el precio del aceite ya sufría tensiones bajistas, hemos asistido -tras 22 años de incremento en la extensión mundial de este cultivo- a una reducción de la superficie cultivada de olivar hasta los 11,5 millones de ha.

Olivar tradicional vs olivar superintensivo: distintas realidades y grandes diferencias en los costes de producción

Se estima que una nueva plantación de olivar superintensivo comienza a dar sus frutos a partir de los tres años. Si además coincide con una buena cosecha como la registrada en 2018 en España, primer país productor del mundo de este producto, se dan todos los condicionantes para entender la caída que sufrió el aceite de oliva, de la que aún no se ha repuesto. Si, además, sumamos las nuevas cosechas de años sucesivos a unas producciones medias en los principales países productores, entonces comprenderemos que los precios siguen y seguirán bajos a causa de la sobreoferta. Otro dato relevante se refiere al hecho de que el 85% de estas nuevas plantaciones son de olivar superintensivo, con una superficie estimada que asciende al 28% del total de la superficie cultivada de olivar.

“El olivar tradicional se enfrenta a un reto importantísimo que puede costarle su propia existencia. Cada uno debe encontrar su propia ventaja competitiva y la del olivar tradicional no puede estar basada en el precio, pues ésa es una batalla perdida”

Ahora vamos a intentar aproximarnos grosso modo a las cifras entre el olivar tradicional y el superintensivo. En el primero, los costes de producción oscilan en un intervalo de entre 2 y 2,4 euros por kilogramo de aceite de oliva virgen extra, en función de diversos factores tales como el tipo de cultivo -de secano o regadío- o de si es un olivar de montaña o no, por ejemplo. En cambio, el coste de producción de un olivar superintensivo se estima en 0,8 euros/kg., que asciende a 1 euro si le añadimos el coste de replantar este cultivo cada 15 años. Por tanto, la diferencia entre el coste de producción en un olivar tradicional y en uno superintensivo es muy importante. En este punto, conviene destacar que no todas las variedades son susceptibles de ser plantadas en modo superintensivo; de hecho, las plantaciones de este cultivo en la variedad picual son testimoniales, centrándose en otras como la arbequina.

Un problema complejo y muchos interrogantes

Dicho todo esto, nos aproximamos al punto al que queríamos llegar. Estos días hemos asistido con preocupación al intento desesperado por buscar una solución a un problema mucho más complejo de lo que parece. El ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, manifestaba en unas declaraciones recientes la necesidad normativa de “poner fin a la venta a pérdidas”. Pero, ¿cuál es el coste de producir aceite de oliva? ¿Se puede hablar de un coste único o deberíamos empezar a diferenciar los tipos de aceites, por ejemplo, tradicional de montaña, de regadío, de secano, superintensivo, intensivo, etc.? ¿No debería el mercado diferenciar sus cotizaciones para que reflejara el valor que cada variedad aporta al producto final? Porque no parece lógico que el kilo de aceite de la variedad arbequina, poco estable y cosechado en modo superintensivo, valga lo mismo que el picual, recolectado en olivar tradicional, teniendo en cuenta que el primero necesita a menudo de este último para lograr un producto lo suficientemente estable que permita abastecer a mercados donde los consumos y rotaciones son menores.

“Poner de manifiesto los factores diferenciadores del producto -los intrínsecos, los extrínsecos y los ocultos o intangibles-; he aquí dónde radica la verdadera respuesta al futuro del olivar”

Pero no nos engañemos. El precio del aceite de oliva, al igual que el del resto de productos en una economía de libre mercado, depende de la oferta y de la demanda. Hablamos de costes y/o de ingresos. En el caso del aceite de oliva, la oferta depende de la cosecha anual a nivel mundial. Por tanto, si el crecimiento de la producción a nivel global ha sido superior al de la demanda, la tensión de los precios será a la baja. En estas condiciones, sobrevivirán aquellos que sean capaces de generar ventajas competitivas a menos que entre todos consigamos incrementar la demanda mundial, que supondría de nuevo una tensión al alza de los precios.

Una cuestión de supervivencia

Siendo conscientes del escenario planteado, la dura realidad es que el olivar tradicional se enfrenta a un reto importantísimo que puede costarle su propia existencia. Cada uno debe encontrar su propia ventaja competitiva y la del olivar tradicional no puede estar basada en el precio, pues ésa es una batalla perdida. Por ello, aquí ya no vale el “café o aceite para todos”. El olivar tradicional debe diferenciarse y buscar su propia oferta de valor para asegurar su supervivencia. Y ello pasa por poner de manifiesto los factores diferenciadores del producto: los intrínsecos, los extrínsecos y los ocultos o intangibles. He aquí dónde radica la verdadera respuesta al futuro del olivar.

Quien conozca la legislación fiscal sabrá que lo que dice el ministro sobre “poner fin a la venta a pérdidas” ya está contemplado en nuestra legislación. No está permitido vender por debajo del valor de coste, no sólo del aceite, sino de ningún producto. No obstante, es plausible que se explicite en una norma concreta para el sector. Pero, ¿es esta la solución definitiva? En mi opinión, no. Ayuda a evitar abusos, pero no a asegurar el futuro del olivar, ni a que las nuevas generaciones quieran dedicarse a él.

“No se debe imponer una tabla rasa para todos donde no se diferencie nada y que siempre beneficia a los mismos”

Sabemos que, al menos, garantizará por ley la subsistencia de producciones tradicionales. Pero, al mismo tiempo, también estará asegurando el increíble margen que generan las producciones de olivar superintensivo. De modo que parece evidente que aflorarán muchas más inversiones en olivar de este tipo que acabarán acorralando definitivamente al tradicional, salvo que éste busque su propio valor que lo haga más atractivo y demandado. Y para que estas diferenciaciones y ventajas competitivas puedan ser tangibles, es preciso comenzar a crear mecanismos para que puedan ser apreciadas y conocidas por el consumidor. Entre ellas destacamos, por supuesto, mantener el panel test (ahora más que nunca, instrumentos como este no pueden ser eliminados); crear índices como el Poolred que diferencien variedades; crear categorías como la Premium; y, por supuesto, que el productor sea capaz de dar a conocer los valores que aporta el olivar tradicional, cada vez más apreciados por el consumidor, tales como la sostenibilidad, la calidad y estabilidad del producto, los componentes saludables que contiene, la tradición, el arraigo a la tierra… y muchos más que le permitan trasladarlos al precio para conseguir mayores ingresos por su producto.

Y, por supuesto, que no se imponga una tabla rasa para todos donde no se diferencie nada y que siempre beneficia a los mismos. En definitiva, el olivar tradicional tiene que disponer de herramientas que le permitan “vender” su diferenciación porque, de lo contrario, su futuro será muy complicado y estará en serio peligro. De modo que, de una vez por todas, adiós al “aceite para todos”.

Por Daniel Millán Martínez, socio fundador de la empresa Elaia Zait