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Son tiempos de previsiones y aforos. A las puertas de la campaña 2020/21, marcada por un tímido comienzo entre ligeras precipitaciones, el sector se enfrenta irremediablemente a la incertidumbre total que supone la primera cosecha en tiempos de COVID-19 en medio de anuncios de estados de alarma y toques de queda -si no estuviésemos seguros de que vivimos en la realidad parecería que hablamos de una novela de ciencia ficción desarrollada en un mundo apocalíptico-.

Hoy en día además de ser algo debes parecerlo. A nadie le importa ya que le cuentes si has ido a un restaurante de moda, quieren verlo. No van a perder el tiempo en escuchar la crónica completa si pueden ver tus stories de Instagram a modo de trailer. Porque, queridos amigos, ya no tenemos tiempo para ver películas completas, vivimos en la era de los teaser -formato previo al lanzamiento de un producto- y nos conformamos con ese mini fragmento de información. El contexto es lo de menos.

Como madrileña he de confesaros que vivo, desde hace semanas, sumida en un estado de incertidumbre. No sé si puedo salir a pasar el fin de semana en la Sierra, desconozco si mi familia de Bilbao podrá venir a visitarme... Es más, ni siquiera estoy segura al coger el metro de si podré llegar hasta la última parada de la línea porque se acerca sospechosamente a un municipio non grato en tiempos de COVID-19.

Hoy en día debemos acostumbrarnos a todo en un periodo de tiempo récord. Hemos adquirido una capacidad inaudita de asumir como normales situaciones que de “normal” no tienen nada. Que no podamos abrazarnos, que no debamos tocarnos, que cuidado con besarnos...

Se dice que una rara avis es una persona o cosa conceptuada como singular excepción de una regla cualquiera. Su etimología proviene de la frase latina “rara avis in terris” que quiere decir ave extraña en tierra y, desde luego, en España tenemos una interesante selección de ejemplares. No me refiero, ni mucho menos, a personas -eso daría para una saga ilimitada de editoriales-, sino a cosas cotidianas, costumbres que nos parecen tan normales pero que hacen que los guiris que vienen a veranear a nuestro país -o que venían durante aquellos maravillosos años pre-pandemia- alucinen en colores.

Dicen que el corazón tiene razones que la razón ignora, sin embargo la ausencia de razón es una moda que parece haberse impuesto durante los últimos años en nuestra sociedad. El mayor sinsentido de la temporada son las denuncias y sanciones llevadas a cabo por parte de algunas administraciones públicas a distintas empresas oleícolas por divulgar de manera general las virtudes saludables del AOVE en sus webs y redes sociales. Sí, han leído bien, sanciones por decir que el aceite de oliva virgen extra es bueno para la salud. Aunque esas afirmaciones estén basadas en los innumerables estudios científicos que se han publicado acerca de los beneficios saludables del producto estrella de la Dieta Mediterránea.

Se podría decir que la aceituna vive una vida plena. Nace en el árbol más bello y longevo del mundo; florece durante la primavera en un ecosistema capaz de capturar y almacenar el CO2 de la atmósfera a largo plazo; se recolecta en otoño durante su periodo de envero; y se exprime hasta extraer de ella el zumo más sabroso (¡y saludable!) del planeta.

Dice Joan Roca que si tuviera que definir el AOVE con un adjetivo, sería, simplemente, eterno. Así finaliza el prólogo que uno de los chefs más reconocidos del mundo ha escrito para la Guía EVOOLEUM 2021, a punto de salir al mercado. En este precioso artículo, Roca reflexiona acerca de este producto tan cuidado y amado por su familia. “¿Qué es para mi el AOVE? El AOVE es muchas cosas, y todas ellas maravillosas. Es puro Mediterráneo, es paisaje y autenticidad”, asegura, al mismo tiempo que resalta que “es el hilo conductor” de su cocina, presente en prácticamente todos los platos que cocinan.

Este año el término “volver” se nos antoja un tanto extraño. Volver, ¿de donde? Antes de la pandemia -antes de saber qué era un coronavirus, antes de hacernos expertos en epidemiología, antes de los hidroalcoholes, de los guantes, las mascarillas, las fundas del móvil desteñidas de tanto lavarlas con lejía...- volvíamos de nuestras vacaciones con las pilas cargadas, con ganas de retomar el curso y de conocer lo que nos depararía el último trimestre del año y la nueva campaña oleícola. Este año, sin embargo, volvemos de ninguna parte. Los que hemos podido irnos fuera unos días de vacaciones, venimos derrengados, casi sin ánimos, con mucha incertidumbre y ganas de teletransportarnos a 2021 y poder borrar este maldito 2020 de todos los calendarios del mundo.

Si contamos en años lectivos, finaliza ahora el que recordaremos como el más complicado de nuestra historia reciente. El pasado mes de marzo la realidad superó, con creces, la ficción y nos vimos arrasados por una pandemia sin precedentes en pleno siglo XXI. Como un tsunami sin previo aviso que hizo tambalearse los cimientos de nuestra sociedad y nos recordó, una vez más, lo frágiles que somos como individuos y como colectivo.

Dicen que la belleza es subjetiva, pero yo suscribo las palabras del escritor suizo Henry F. Amiel: “mira dos veces para ver lo justo; no mires más que una vez para ver lo bello”. Porque a menudo lo bello se reconoce de manera fulminante, a primera vista.

Comencemos por una verdad como un templo: no puedo ser 100% objetiva. ¿Es que algún humano lo ha logrado alguna vez? Yo creo que no, y por eso hemos inventado las máquinas, esas que en breve decidirán -objetivamente- todo por nosotros. Partiendo de esa base, es hora de tocar un tema que lleva en boca del sector las últimas semanas: los premios, un consumidor confundido y una relación de amodio -cuando el amor de mezcla con el odio y viceversa- con los medios de comunicación generalistas.

El aceite de oliva virgen extra ha sido el ingrediente culinario y el remedio más importante para los habitantes mediterráneos desde la antigüedad, constituyendo el eje vertebrador de la famosa Dieta Mediterránea. Bautizado por Homero como el “Oro Líquido” e Hipócrates, como el “Gran Sanador”, se considera la grasa más saludable de la tierra gracias a su notable composición, rica en antioxidantes, ácidos grasos, vitaminas... y mucho más. Podríamos decir que se trata del único líquido -sin contar el agua- que acompaña a muchas personas alrededor del mundo durante todos los días de su vida. En definitiva, nos encontramos ante el mayor regalo de la Madre Naturaleza a toda la humanidad. Un auténtico elixir holístico cuyo fin último es nuestro bienestar.

Vivimos a golpe de amenaza. Igual creen que exagero, pero pronto verán que no es así. Debemos tener cuidado o nos veremos abocados a un segundo confinamiento; si se pone en marcha definitivamente la tasa Google nuestra economía sufrirá las “duras consecuencias” -palabras textuales del secretario del Tesoro norteamericano, Steve Mnuchin-; si no se aplican recortes y se incrementan los impuestos, “España se situará a la cabeza del hundimiento mundial”; si no rectificamos en el caso Airbus, Trump seguirá incrementando los aranceles al aceite de oliva y a las aceitunas hasta que no quede una botella o frasco español en los lineales de Estados Unidos. ¡Qué estrés!

Cuando Elizabeth Taylor y Richard Burton, una de las parejas más intensas y delirantes de Hollywood, discutían -y lo hacían a menudo, según cuentan las crónicas- solo había un lugar en el que ella encontraba paz: la mítica joyería de Bvlgari en la Via Condotti de Roma. “Yo presenté la cerveza a Liz y ella me presentó a Bvlgari”, se le oía decir a Burton a altas horas de la madrugada en los bares y trattorias de la ciudad eterna.

Sin duda, delivery es una de las palabras del año. Todos hemos sucumbido en algún momento del confinamiento a pedir comida a domicilio. Hasta los chefs con estrellas Michelin han tenido que reinventarse y crear sus propias submarcas de take away y de comida a domicilio para satisfacer esta necesidad, como adelantábamos en este espacio hace unas semanas.

Algunas afirmaciones no tienen mucho sentido per se, por eso siempre debemos analizar su contexto. En el sumario que aparece justo a la izquierda de esta columna pueden leer: “Uno de cada tres estadounidenses no está seguro de que el aceite de oliva proceda de las aceitunas”. Si nos limitamos a analizar esa frase por sí misma nos llevaríamos las manos a la cabeza, pero si ahondamos un poco más, aunque siga pareciendo algo surrealista, podemos arrojar algo de luz sobre las causas de tan intrigante afirmación.

Dice un antiguo proverbio vikingo que “las migas son también pan”, haciendo referencia a la humildad con la que deberíamos actuar en ciertas ocasiones. Desde luego, si algo nos está enseñando esta pandemia que asola los cinco continentes poblados de la Tierra es que la sencillez siempre es la opción más segura. ¡Cuantos cosmopolitas no habrían dejado atrás la ciudad para refugiarse en la pureza y calidez del campo durante la cuarentena!

Ya sabíamos que somos capaces de reconocer cinco sabores: dulce, salado, amargo, ácido y umami -la última incorporación-. Sin embargo, como ocurre con los sentidos, hay quien dice que todavía existe hueco para uno más. Es el caso del amiláceo que, según las últimas investigaciones de la Universidad de Oregon, sería el sexto sabor que un ser humano es capaz de reconocer.

En una realidad paralela -o en cualquier año par de las últimas décadas- este número hubiese sido el Mercacei Semanal Especial Feria del Olivo de Montoro. Ahora mismo estaríamos disfrutando de vernos, de conversar los unos con los otros, de contarnos anécdotas y, al fin y al cabo, de hacer negocios, que es para lo que realmente acudimos a las ferias y eventos del sector. El tiempo sería caluroso, incluso podríamos toparnos con alguna tormenta de verano (¿recordáis aquella edición en la que diluvió?), y al finalizar la jornada recorreríamos las bellas calles de la “Toledo andaluza” en busca de una cerveza fresquita que beberíamos en alguna de sus terrazas mientras saludamos a los vecinos de estand con los que nos íbamos encontrando.